Nuestro Noviciado
“Nos hiciste Señor para Tí y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí”.
(San Agustín)
Hola!
Me dieron la misión de escribir esta sección. Y sentí que la mejor manera era compartirte mi experiencia.
Jamás pensé que podía ser “monja”, ansiaba la libertad, mi realización personal, adhería a todo lo que significara “ruptura” de las costumbres, del lenguaje y de los principios establecidos. Obviamente la Iglesia ocupaba uno de los primeros lugares “retrógrados y anticuados” de mi lista y procuraba mantenerme lejos, aunque, claro está, como muchas, había sido bautizada, tomado la Comunión y recibido la Confirmación… Con eso era suficiente.
En medio de todo esto (y siendo sincera conmigo misma… pude verlo años después) muchas de estas actitudes o acciones las tenía sólo porque me aseguraban la pertenencia al grupo de la secundaria, del club o de la facultad. Creo que todas entienden más o menos a lo que me refiero.
Recuerdo haber pasado situaciones incómodas que no siempre resolví de la mejor manera, pero que formaban parte del “precio” de “pertenecer”, de estar/aparecer más allá del bien y del mal. La libertad pasaba por eso de “hacé lo que sentís y todo va a estar bien”.
Y todo está bien mientras te seguís entreteniendo, pero a veces la vida se pone en modo silencio y ni hablar cuando se suma el modo avión. Sin ruido y sin conexión: Terrible! … Y cómo sucede esto? Fácil: una separación, un fracaso, una ausencia, una muerte… o simplemente una tarde nublada de domingo en que todos salieron y vos te quedaste en casa, tratando de que se te pasara el dolor de cabeza… y te das cuenta que lo que sí se te está pasando es la vida, que se está escurriendo como agua entre tus dedos.
Y te preguntás: Qué estoy haciendo???
No te quiero quitar mucho tiempo, cualquier cosa hablamos. Solo quiero decirte que pasé por esa tarde nublada de domingo y alguien me cambió la vida. Mejor dicho, me devolvió mi vida!
Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti… ¡Cómo me gustó esa frase cuando la escuché por primera vez!
Y ahí estaba Jesús, saliendo a mi encuentro, golpeando a las puertas de mi corazón. Se podrán imaginar mi desconcierto!. Quería mirar para otro lado, seguir como si nada, pero Él estaba ahí esperándome, llamándome por mi nombre, amándome, ofreciéndome su perdón y la salvación.
Se que por ahí les resulta extraño pensar que necesitamos perdón y salvación, pero les aseguro que cuando te atreves a mirarlo a Él querés empezar de nuevo, y Él tiene algo maravilloso: TODO LO HACE NUEVO.
Y lo demás se da casi naturalmente: querés conocerlo, aprender a escucharlo, seguirlo. Querés estar con Él y dejarte transformar por Él.
Y aquí estoy, en este camino hacia el Amor…
Cuando quieras hablamos.