Nuestra Misión
“Adoratrices de la Eucaristía, nada más y nada menos que Adoratrices de un Dios Vivo. Nuestro campo de acción es el mundo entero”.
“Adoratrices de la Eucaristía, nada más y nada menos que Adoratrices de un Dios Vivo. Nuestro campo de acción es el mundo entero”.
“Adoratrices de la Eucaristía, nada más y nada menos que Adoratrices de un Dios Vivo. Nuestro campo de acción es el mundo entero”.
Nacimos en la Iglesia un 25 de enero de 1990 para adorar al Dios de la Vida con nuestra propia vida, la de todos los días, con sencillez, con naturalidad, continuamente.
Lo adoramos a lo largo del día en nuestra Capilla, frente a la Custodia que lo expone o al Sagrario que lo guarda… rodeado del silencio del misterio que invita a comunicarse de manera llana, sincera, veraz. Allí está Él en medio nuestro esperándonos día y noche.
Y lo adoramos también en nuestro hacer cotidiano, dejándonos transformar por la acción viva del Espíritu Santo, en “custodias vivientes” , que puedan exponer a los ojos del mundo al Cristo que sale en busca de sus almas, a las que ama con locura.
Nuestra vida tiene el olor y el sabor de lo cotidiano de lo sencillo y a la vez esencial, reconstituyente… como ese olor y ese sabor del Pan caliente en una mañana fría.
Es que fríos están muchas veces nuestros corazones humanos, tan necesitados de volver a lo esencial, al Pan caliente, al Pan de Vida, a la Eucaristía. Allí nos aguarda Jesús, único capaz de descender hasta las moradas más oscuras y frías de nuestro interior y llenarlas de luz, de calor, de vida.
Nuestro hogar, como aquella Betania que menciona el Evangelio, quiere ser descanso para Jesús en su vida Eucarística y para todos los que se acerquen a él. Y hermanadas en una única adoración, conviven en armonía, María y Marta, contemplación y acción, oración y trabajo.
Lo esencial, la interioridad. Santa Teresa, luz en este camino.
Nuestra Fundadora encontró en Santa Teresa de Jesús, desde su juventud, un modelo a seguir, el ejemplo de una mujer fuerte y entusiasta, enamorada profundamente de Jesús y entregada a su servicio sin reservas. Desde su experiencia de trato cercano con el Dios Vivo, Huésped del alma, ambas nos invitan a mirarnos desde una nueva perspectiva.
Nuestra historia, la de todos, está llena de encuentros y desencuentros. De presencias y de ausencias. De ruidos y silencios. De silencios vacíos y silencios habitados. De dolor y alegría. Todos tenemos también una historia con Dios que no es distinta a las demás. Nuestro “yo más íntimo”, el lugar donde reside nuestra esencia, nuestra “casa” o “morada” más profunda, es el protagonista de esta historia junto al Señor.
Si nos atrevemos a viajar hacia adentro, como continuamente nos invitan Madre Concepción y Teresa, podremos descubrir fragmentos de esta historia que no es sino una historia de profundo amor de Dios y nuestra alma… Dos eternos enamorados, unidos por un vínculo tan estrecho como frágil: nuestra libertad.
Las paredes de nuestra “casa”, de ese Castillo Interior que tan bien describe la Santa de Ávila, esconden el secreto de su presencia. Están llenas de sus huellas… ninguno de nuestros amores puede dejar las huellas de su paso tan dentro, tan en lo profundo, tan en nuestro centro… Solo Él… “Construir la interioridad no es cosa de un día… es un trabajo arduo, exige el esfuerzo cotidiano, la lucha del día a día” (Madre Concepción), pero vale la pena. Comenzar este viaje interior es exponerse a no querer ya otra cosa que estar con Él, a no querer otro amor, sino el de Él… a no desear sino hacerse una con Él… para siempre.